Croacia – Dubrovnik

Reservamos un día entero para visitar Dubrovnik. Después del desayuno, hacia las 10 de la mañana, estuvimos ya preparados para ir a la conquista de la ciudad medieval – una perla arquitectónica de Europa. Desde Neum hasta Dubrovnik se viaja en coche unos 50 minutos, por un camino tortuoso, que se extiende al borde de un acantilado, con la vista al Mar Adriático.

Entrando en la ciudad hay que recorrer un puente, que lleva el nombre de Franjo Tudjman, es bello y a la vez muy moderno, suspendido por encima de un golfo rocoso y acorta más de 20 kilómetros del camino. El puente adquirió su nombre por el primer presidente de Croacia independiente, que es considerado como un héroe nacional.

A la ciudad se entra a través de la Puerta de Pile, en la que se puede ver la figura de San Blas – el patrón de Dubrovnik. Tras pasar las murallas de la ciudad, a la derecha se encuentra

la Fuente de Onofre, procedente del año 1438, levantada por Onofrio di Giordano Della Cava. Tiene una forma poco común y no se parece mucho a una fuente. Es una construcción redonda muy grande con 16 caras, de cuyos labios sale el agua. Según la leyenda, quien beba de todos los grifos, tendrá suerte durante todo el año. Para que la tradición fuera cumplida, damos vuelta a la fuente probando el agua fría y refrescante, que era todavía más agradable dada la temperatura del aire que alcanzaba más de 30o C. Parece que esa obra arquitectónica poseía originariamente muchas ornamentaciones bellas, pero un terremoto del siglo XVII los destruyó y más tarde, nadie ha intentado reconstruirla.

Para recorrer toda la ciudad de Dubrovnik se tendría que reservar al menos 2 días, nosotros teníamos tiempo hasta las 5 de la tarde. La ciudad está dividida en 2 partes con un paseo largo, hecho de cal blanco, que hasta el siglo XII fue un canal que separaba dos poblados: Dubrava eslava y Laus – colonia de los primeros habitantes. Digna de atención es la farmacia más antigua de Europa proveniente del año 1317, ahora un museo que contiene numerosas colecciones farmacéuticas, reunidas durante unos cientos de años de su funcionamiento. Al principio servía en exclusiva a los monjes, sin embargo rápidamente (hacia 1391) se hizo accesible a toda la ciudad. El Casco Viejo (Stari Grad) ha mantenido su carácter único gracias a los numerosos edificios de piedra blanca, cuya historia se remonta hasta los tiempos medievales. Entre los más interesantes, los que merecen la visita, incluiríamos: monasterios góticos: el franciscano del siglo XIV y el dominicano construido a fines del siglo XIV y principios del XV, el Palacio de Rectores del siglo XV – por aquel entonces la sede del gobierno de la República de Dubrovnik y ahora un museo, Palacio Sponza levantado a fines del siglo XIV y a principios del XV – actualmente alberga el Archivo Regional y antes funcionaba como aduana, caja de seguridad, casa de la moneda de la ciudad, banco, oficina de medidas e incluso como el Museo de la Revolución Socialista. Sin embargo, la atracción más interesante son las murallas de la ciudad con sus 20 bastiones y de longitud total de 1940 metros. Dando la vuelta alrededor de ellas se puede admirar unas vistas bellísimas al mar zafíreo y de otro lado, a la ciudad. Preparándose para ir a las murallas hay que acordarse de dos cosas: los zapatos adecuados y algo para la cabeza. Las temperaturas son muy altas en el verano, durante todo el tiempo se tiene que vencer escalones, que suben hacia arriba – el cansancio y el sol se dejan sentir. Después de recorrer las murallas, fuimos a verlas desde el lado del mar. En el puerto están amarrados los barcos turísticos. Por 10 euros se puede disfrutar de este placer. Para los turistas en bordos de esos barcos se prepara una degustación de la vodca local Rakja. No sé, de que la destilan, pero después de una copa quise cantar al menos la mitad del repertorio de Britney Spears.

El descanso en una taberna fue el broche final del viaje. Después de una consulta corta con los vecinos de la mesa de al lado, pedimos platos locales. La señora nos trajo dos ollas enormes de mariscos: en uno estaban unos pececitos pequeños asados en una salsa de sabor interesante, y en otra había muchos pulpos cocidos pequeños. Nos gustaban los platos, pero eran tan grandes que no fuimos capaces de comer todo. La situación la aprovechó un gato de manchas, que por gusto de otros turistas que le sacaban muchas fotos, jamaba de prisa los pulpos servidos. Su degustación gratuita la interrumpió una camarera, quien nos dio a entender cortésmente que el gato no estaba bien visto en el restaurante.

Durante el camino de regreso nuestra atención la atrajo una inscripción esculpida en la piedra de la fortaleza de San Lorenzo: „Non bene pro toto libertas venditur auro” – la libertad no se vende ni por todo el oro del mundo. Mirando a la historia de Dubrovnik y de toda Croacia la inscripción destacaba con fuerza el pasado de esas partes, que fueron ocupadas por Venecianos, Turcos, Griegos y muchas otras naciones.

Por la noche, después de haber vuelto al hotel, no teníamos ya ganas de vagabundear por los alrededores. Lo aplazamos para el día siguiente, que ya había sido reservado exclusivamente para la holgazanería en la playa y el paseo por la ciudad.

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