El cuento oscuro – segunda parte

Los limpiaparabrisas del viejo opel iban con la máxima velocidad. Estaba en el este de Polonia. Llovía sin parar, el cielo estaba nublado y todo el alrededor estaba cubierto de un gris deprimente. Las lejanas montañas se encontraban envueltas en la niebla.

Unos alrededores extraños, cada vez menos coche, un lugar recóndito de verdad. Me servía la navigación GPS y al final, cuando parecía que ya estaba cerca de mi meta – decidí de preguntar los lugareños.

El pequeño pueblo X parecía abandonado, pero igual podría ser la culpa del mal tiempo. Paré, no obstante, durante un rato, divisando una mujer anciana que estaba de pie en el umbral de una de las casitas de madera que podían tener hasta unos cien años.

– Estoy buscando la escuela de los Santos Ángeles, antes del nombre de Dzierżyński – le pregunté. La mujer guardó silencio y en el primer instante pensé que no había oído bien mi pregunta. En algún lugar en distancia se oyó el sonido del trueno. Se acercaba una verdadera tempestad.

– ¡Mejor no ir allí! – chilló – ¡Es un sitio malo!

Discretamente metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta y encendí el dictáfono.

– ¿Por qué malo? ¿Algo pasó allí? Soy…un reportero. Quería saber más sobre este tema.

– Que se vuelva allí de donde vino. Se lo aconsejo. Más de uno erró allá.

La mujer levantó la cabeza y dirigió la mirada hacia mí. Me estremecí. Sus ojos eran blancos como la leche, tenía que ser ciega.

– Pero… ¿qué había pasado allí exactamente? ¿Qué… pasa allí?

– ¡No puedo decir nada más! – Respondió la anciana. – Es mejor no hablar sobre estos asuntos, así se atrae el mal.

Decidí que no iba a enterarme mucho. Ya quería partir cuando gritó a la despedida:

– La escuela está más allá del pueblo, solo que se la ve muy mal porque está en la niebla. Que se vaya todo recto y la verrá… Escuche… Cuando oiga los niños cantando, ¡que se aleje a toda prisa!

Pensé que tenía que ser al menos ligeramente loca. Miré en el retrovisor. Estaba allí delante de la casucha, como una estatua, pareciendo no prestar atención a los chorros de lluvia que caían del cielo. Me di cuenta entonces que desde hace más de una hora no vi ni una persona a parte de ella.

Los campos y las colinas oscurecidas por los chorros de agua se desplegaban alrededor. GPS se volvía loco, perdía la señal por completo para recuperarla durante un breve rato. Perdí por completo la esperanza, cuando a lo lejos divisé una sombría silueta cuadrada de un edificio.

Todo aquí parecía otro, extraño de alguna manera. ¿Quién, carajo, construye una escuela en un sitio similar, tan alejado del todo? Pronto expliqué a mí mismo que en el pasado probablemente los autobuses transportaban a los niños de los pequeños pueblos en la vecinidad.

Me aproximé con el coche cuanto era posible, y lo aparqué en el camino reblandecido. La escuela estaba delante de mí como un monstruo escondido, sombrío y callado. ¿Llegaré a entrar dentro?

Me aproximé más. Observé mi alrededor, entre el anochecer. Miré el reloj. ¿Qué hora podría ser ya? Eran casi las diecinueve horas. ¿Qué diablos ha pasado con este tiempo? De repente algo atrajo mi atención. Algún movimiento detrás de una de las ventanas. Como si alguien me hubiera visto y se hubiera escondido en el interior.

Imposible, pensé. Con el tiempo así casi seguro que no hay nadie.

Me aproximé a la puerta de entrada y saqué la cámara fotográfica. Apreté el picaporte y este accedió suavemente. La puerta se abrió con un chirrido como un ataúd en lo hondo de la noche.

Dentro todavía estaba suficientemente claro para hacer unas fotos. Sin embargo, pronto llegaría la oscuridad, tenía consciencia de ello. Este lugar empezaba a ponerme los nervios de punta, llenarme de angustia. Esta anciana, ciega, gritando algo sobre los niños que cantan. Y por fin – Antoni mismo y su carta. ¿Qué diablos está pasando aquí?

Decidí que lo mejor sería hacer muchas fotos y evacuarme antes de la llegada de noche. Entré dentro y me quedé sin palabras. ¡El pasillo daba la impresión de haber sido abandonado hace pocos días y no años enteros! De las paredes colgaban los dibujos de niños. En los armariaos, que seguramente servían para dejar las chaquetas, se podían distinguir las flores de papel, que, no se sabía por qué, emanaban tristeza profunda.

Los rayos de la luz de día entraban por las lejanas ventanas, desprendiéndose por las paredes y el suelo. Iba despacio, haciendo las fotos, y el sonido de mis pasos rebotaba con un eco en este edificio grande y abandonado.

Increíble. En esta escuela abandonada todo estaba en su sitio. Las pizarras, sillas, mesas. Nada estaba sacado de aquí, nadie se había atrevido a robar algo. Decidí que mejor no pensar en el por qué.

Errando por este edificio tan raro, advertí unas escaleras que ascendían arriba. Subí, pasando una por una todas las condignaciones para llegar por fin al desván gigante. ¿Qué estaba aquí antes? No tenía ni idea. Caminaba de un lado a otro, sintiendo una creciente angustia. De repente me giré violentemente. Allá, al lado de la ventana…silueta de alguien, sobreexpuesta por la luz de fuera. Me estremecí, casi dejando caer de mis manos la cámara de fotos.

Había allí un niño. A unos cien metros de distancia, al lado opuesto de este desván gigante.

Ya quería llamar, preguntar si no necesitaba ayuda. ¿Igual…se había perdido? Pero una parte de mí me obligó a mí mismo a no hacerlo. Con unas manos temblorosas alcancé la cámara y la subí hasta la cara. Cuando miré por el objetivo ya no había nadie allí.

Repentinamente oí un sonido que me heló la sangre. La escuela no estaba de nada abandonada. El edificio vivía con su propia vida. Parecía un organismo despertado a la vida por mi entrada. De algún lugar abajo oí un bajito, pero muy claro, coro de las voces de niños.

Si yo fuera el sol en el cielo

No brillara más que a tí

Ni a las montañas, ni a los bosques, pero todo el tiempo

Siempre para tí, si pudiera cambiarme en el sol

El canto parecía acercarse y alejarse, venía de una de las aulas de abajo. Con unas piernas tiesas empecé a retirarme del desván y salí abajo. El miedo se peleaba en mí con una curiosidad creciente. ¿Y si no es más que una mistificación? ¿Si alguien me atrajo aquí para divertirse a costa de mí?

¿Quizá es un reality show y soy el protagonista? Había algo más. Durante todos estos años escribía todo tipo de tonterías, nutriendo la gente de unas inventadas historias. Pero ahora…podía convencerme mí mismo si en estas historias de fantasmas y unos sitios espantosos y embrujados había una pizca de verdad.

Las escaleras, pasando por la planta baja, bajaban más. Dudé. Había visto lo suficientemente, era tiempo de huir. Sin embargo algo estaba atrayéndome hacia las escaleras. En el sótano se podía hacer unas buenas fotos. ¡A fin de todo, el canto es solo el canto! Carajo, seguro que alguien estaba tomándome el pelo, poniendo la canción para dar miedo a los visitantes.

Me prometí de huir enseguida cuando viera algo sospechoso. Saqué del bolsillo una antorcha pequeña y bajé para dar un vistazo al sótano. Es solo un par de escalones, no escapes. Igual vas a hacer una foto buena de verdad…

El sótano parecía más bien un refugio gris. El largo pasillo se extendía y perdía en la oscuridad. A sus dos lados estaban las puertas que guíaban a las salas. Unas estaban medioabiertas.

Con la cámara de fotos y antorcha me acerqué cuidadosamente a la puerta entreabierta. Me envolvió el olor a cerrado y humedad.

´Pero mejor durante el día y no por la noche, porque por la noche hay demasiado miedo y más de uno de los que entraron, no ha vuelto.´

´Cuando oiga los niños cantando, ¡que se aleje a toda prisa!´


En el medio del sótano había un agujero rectangular que se parecía a una tumba. En el aire se sentía el hedor a la carne pudrida.
La tierra fresca estaba acumulada a los dos lados.

Entonces, de un lugar más allá en el sótano, oí un silencioso raspado. No me encontraba solo aquí. Empecé a huir como loco. Subí las escaleras corriendo y me apuré por el pasillo. ¡A la salida!

De repente advertí que había alguien de pie al final del pasillo, una silueta vestida de negro que me dificultaba el paso. Es él, pensé, se había despertado. Quien fuese que había construido esta escuela, lo había hecho en un sitio infortunado. Algo estaba escondido en la tierra. Estaba esperando aquí todo el tiempo y se escapó. Por eso habían tenido que cerrar la escuela.

En el pánico entré en una de las aulas. Empujé accidentalmente una jaula con un pájaro, que resultó ser vivo.

Todo se está volviendo vivo aquí, retorna, se me occurrió este pensamiento irracional en la cabeza. De repente noté que no estaba solo en el aula. Al lado de la pizarra estaba de pie un hombre. Giró lentamente hacia mi lado, enseñándome su cara decompuesta de un muerto. En la mano tenía un objeto que parecía una palmeta o un indicador. En las mesas estaban sentados los alumnos, pálidos, concentrados, mirándome a mí y muertos desde hace muchos años.

No recuerdo mi grito, aunque sin duda tenía que haber gritado como un loco. No recuerdo cómo había escapado de la escuela, pero las heridas en las manos parecen sugerir que por la ventana.

Luego me metí a correr por los vastos campos, más allá de todo.

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